La vida consiste en equivocarse, cada uno a su manera. -Manuel Vicent-

Es preciso tener un caos dentro de sí para dar a luz una estrella fugaz.-Nietzsche-

La vida es una mezcla de aquello que deseamos hacer con ella y aquello que somos capaces de hacer con lo que ella nos trae.-Sergi Bellver-

lunes, 23 de abril de 2012

Tres agujeros en una pared, relato publicado en PANFLETO CALIDOSCOPIO



Qué mejor manera que celebrar este día con un relato.


Publicado en la revista digital Panfleto Calidoscopio del mes de abril.


Empieza así:


Siempre pensé que era una más de tus historias, de tus delirios, de las escenas que inventabas para entretener a tu público. Apenas recordaba la casa, convertida en estudio durante los últimos años y a la que hasta ahora no había vuelto. Sí me acordaba del mosaico del suelo del baño, siempre frío, y del pinchazo aquel. El llanto vino después, con los gritos y la ventana rota del impacto. Y el hierro abollado para siempre en la estantería, en tus sucesivas casas. Ni siquiera era un premio importante y la escultura no era bonita, pero bajaste como un loco al patio a recuperar lo que considerabas tan tuyo, mientras ella y yo seguíamos llorando, ella no sé de qué, yo de susto y miedo, como tantas veces. Recordaba la foto, pero no sabía que tapaba los agujeros. Creo que la única razón que me hizo volver a la casa fue la necesidad de ver la foto, de comprobar si todavía estaba allí, de verificar si existía de verdad y si era como yo la recordaba. La enmarcaste - no me cabe la menor duda de que lo hiciste tú mismo -, como si fuera un cuadro, una de tus obras. Yo recordaba la foto sin ningún marco. El metacrilato, ni siquiera era cristal, estaba muy sucio, lleno de polvo y arañazos. La descolgué con cuidado, para verla de cerca y descubrí los agujeros. Entonces vinieron recuerdos que apenas recordaba, hechos de aquella tarde, la última en la casa. Yo tenía cinco o seis años, no tenía capacidad para entender pero sí para ver lo que pasaba y almacenar esas imágenes que, con los años, olvidé o nunca quise recordar. Cuando tú contabas la historia pensaba que no era real, que nunca fuiste capaz. Pero allí estaban, los agujeros. Contabas la historia, pero nunca desvelabas el principio, los motivos. Sólo ella, tú - y ahora sé que yo - lo sabíamos.



Para leerlo entero, pinchad en el enlace:

http://www.calidoscopio.net/2012/02_Abril/Letras10.html


Feliz día. 
Regalad y que os regalen libros. Si es con rosas mejor. Pero cuidado con las espinas. 





miércoles, 18 de abril de 2012

Reseña de LABERINTO DE CELULOIDES en Culturamas



Reseña de "Laberinto de Celuloides", de Sergio Villanueva.



Así empieza:


LABERINTO DE CELULOIDES, de Sergio Villanueva, es una novela bella, nostálgica, una historia sobre el modo en que las vivencias se vuelven recuerdos y cómo esos recuerdos pueden torturarnos o salvarnos, si somos capaces de reconciliarnos con ellos. “Laberinto de celuloides” habla también de cine, de cine antiguo y de cine moderno, del cine por dentro y por fuera, del cine como vehículo de emociones, del cine que une a las personas, a las familias, a un padre y a un hijo, a un hombre y a una mujer. “Laberinto de celuloides” recrea un mundo que comienza a dejar de existir y refleja la forma de ser de una generación, la de su autor, la de los nacidos en los años 70, que empieza a transformar su memoria en literatura. Esa generación, ahora entre los 30 y los 40, que toleró mal hacerse adulta y que sigue sin saber crecer, enfrentándose a realidades que no desean afrontar.

“Los problemas de entonces eran aprobar cálculo, lenguaje… Los problemas de ahora comenzaban a ser pagar las hipotecas o poner cara, cada mañana que uno se despertaba junto a su pareja, de que todavía la quería como el primer día. Algo estaba pasando, algo se precipitaba en el tiempo, eso pensaba Hipólito mientras cambiaba impresiones con su amigo Minglanilla, mientras recordaban a sus compañeros de antes, ahora casados o separados, con hijos, con hipotecas(…) Algo que no es sino la muerte de los veinte porque ya están naciendo los treinta. Una edad que en la generación anterior suponía el inicio con ilusión de tantas cosas, solo que en la generación taciturna de Hipólito, eran esas cosas el motivo de desencanto, justo antes de empezar a vivirlas“. 



La reseña completa, aquí:


http://www.culturamas.es/blog/2012/04/11/laberinto-de-celuloides-o-la-memoria-de-un-nino-de-los-70/

Y la hermosa portada:


Alupa Editorial. Valencia, 2011. 296 páginas.

domingo, 15 de abril de 2012

38




Hoy hace exactamente 38 años que nos conocemos




MADRE

Que mi primer llanto fue tu llanto desde entonces
y mi alegría también,
pero no en la misma medida.

El instinto no entiende de equilibrios.

Tu vínculo y el mío son a la fuerza distintos
qué dificil vernos como iguales
ser fruto de tu vientre establece una jerarquía insuperable.

Tuviste una vida anterior a la mía,
fuiste niña
púber
virgen
joven
pero nada de eso tiene que ver conmigo.

No me concibo sin tu presencia,
siempre adulta.
Digo madre y desaparece la mujer
que fuiste antes de mí.

Mi existencia siempre te ha pertenecido
el nudo umbilical
no puede ser deshecho.

La maternidad es para siempre y a tiempo completo,
ser hijo se puede a ratos.

Todo hijo es hijo pródigo
necesita alejarse del hogar para volver
ya crecido
herido por el mundo
por los otros
para mirar el rostro de sus padres
y reconocerse en él
o no hacerlo en absoluto.

Dicen que al crecer
uno se va pareciendo más a ellos,
que su vejez
es un espejo de nuestro propio futuro.

La vida nos iguala
y el tiempo se hace aliado
cuando todo lo que se acumula es pasado,
cuando el presente es lo único que va quedando.

Treinta y ocho abriles desde entonces.

Nadie se molestó en presentarnos.

Conocernos fue un trabajo de años
que seguimos practicando
sin que lleguemos a aprenderlo del todo.

Nunca creceré lo suficiente,
sigues pendiente de aquel llanto mío
tuyo por naturaleza.

Que tú fuiste madre
meses antes que yo hija.

Que el instinto no entiende de equilibrios
y mi vida, desde siempre, fue también la tuya.



jueves, 12 de abril de 2012

Los patos de Central Park cumplen un año



Hace un año que Los patos de Central Park llegaron a las librerías. 
 En estos meses la novela ha ganado lectores y amigos. 
 Gracias a todos. 


 Este aniversario es oportuno para recordar las palabras que el escritor Antonio Gómez Rufo dedicó a la novela en la presentación.



 "LOS PATOS DE CENTRAL PARK es una primera novela que no parece una primera novela. Una novela necesita atrapar para conmover, y Marina ha demostrado conocer esos resortes para emocionar desde una literatura perfectamente correcta y un lenguaje preciso que no deja espacio para concesiones a los convencionalismos ni los lugares comunes. Creo que ha descubierto el truco y nos lo muestra sin pudor en la página 8, en donde podemos leer: "Los lugares son sólo lo que ponemos en ellos". Y como los libros también son lo que en ellos ponemos, Marina ha escrito lo que quería transmitir a sus lectores de una manera honesta, limpia y sin artificios. 

 Hay una vieja novela, El príncipe negro, de Iris Murdoch (la escritora irlandesa que la publicó en 1973), que me vino a la memoria mientras leía Los patos de Central Park. Ahora creo que fue porque, como en aquella, en esta novela se utiliza a los personajes como carga simbólica del protagonista, de la protagonista en el libro de Marina, y porque también la melancolía lo preside todo, esa sensación compuesta por emociones, recuerdos y nostalgias

 Porque en esta novela se describe un viaje hacia fuera y un viaje hacia dentro. Desde el pasado al presente y del presente al futuro. Es, en definitiva, la búsqueda de un futuro, dejando atrás un tiempo descrito como feliz, pero que es un autoengaño porque en realidad no lo fue. El pasado de Marina, al menos el pasado reciente, no fue feliz. Por eso ha sabido acertar a la hora de escribir esta novela. Y por eso nos alegramos doblemente: porque ese pasado quedó atrás y porque ahora conocemos a una mujer mucho más completa y, estoy seguro, también mucho más feliz".


sábado, 7 de abril de 2012

Mis Semanas Santas

Nací un domingo de resurrección, tan ariana que me adelanté un mes para nacer a mediados de abril. Nací de madrugada, hacia las tres, tal vez por eso siempre he sido nocturna. Se puede decir que esa fue mi primera Semana Santa. 

 Durante mi infancia siempre pasábamos la Semana Santa en Doña Endrina, un hotel de un pueblo de la sierra madrileña que era también el hotel de los veranos. Lo cerraron en 1986 para reformarlo y no volví cuando lo abrieron. Quise recordar aquel lugar como era entonces, como yo lo viví, como sale en las fotos. Me gustaba mucho pasar la Semana Santa allí porque nos juntábamos niños de diferentes edades y porque iba Óscar. Fue el primer chico que me gustó en mi vida. Jugábamos al escondite, al béisbol, a las cartas, a "beso verdad y atrevimiento" y otros juegos de besos. Él, dos años mayor, tonteaba conmigo y con otra a la manera en que tontea un chico de doce años con dos niñas de diez. Él se dejaba querer por las dos y nosotras nos odiábamos. En esas Semanas Santas - debieron de ser dos o tres como mucho - íbamos a misa el Jueves Santo y el Domingo de Resurrección. Íbamos todos, en el coche de algún padre, y después nos quedábamos por el pueblo, jugando en el salón recreativo. A mí me gustaba jugar a las máquinas, claro, pero también la misa porque era una oportunidad para poderme sentar al lado de Óscar, cuchichear durante la homilía y, sobre todo, para besarle en el momento de darnos la paz y desviar mi beso, como por descuido, de su mejilla a la comisura de sus labios. En esas misas me cosquilleaba el estómago y me palpitaba el corazón y mis pensamientos, ya con diez años, no eran ni castos ni puros. Durante algunos años Óscar me escribía cartas en las que me hablaba de dragones. Una vez me envió una foto, que aún conservo. Ahora veo en ella a un niño, pero entonces para mí era un chico mayor que jamás me besó como a mí me hubiese gustado. 

 El hotel cerró y seguimos yendo en Semana Santa a ese mismo pueblo, pero a otro hotel - el Arcipreste de Hita - en el que ya no había tantos niños. Recuerdo a los mayores jugando al dominó y al mus en la sala de cartas. Dos de aquellos señores, que a mí me parecían ancianos aunque por aquel entonces aún no lo fueran, eran Antonio Buero Vallejo y Fernando Vizcaíno Casas que, puedo dar fe, compartían mesa de juego. Nuestros padres repetían sus nombres con respeto y cierta reverencia y sabíamos vagamente que eran "escritores". Cuando en COU estudié a Buero y sus obras se me hacía raro haberle conocido y haber compartido juegos con su sobrina. 

 En una de aquellas Semanas Santas de tiempo cambiante, en las que tan pronto nevaba como llovía o lucía un espléndido sol de primavera, pregunté por el acto sexual y mi madre me habló de ello por primera vez, explicándome el asunto de manera muy gráfica con un enchufe en la habitación del hotel. 

 Después se acabó el hotel y pasábamos la Semana Santa en Madrid. Eran días de cine y de hacer trabajos de Literatura o de Historia, que había que entregar después de las vacaciones, sin que este concepto fuera muy respetado por profesores que siempre ponían deberes para los días que se suponen de descanso. 

 Recuerdo la Semana Santa de 1995. Tomaba el sol en la terraza y descubría "El Dorado" de Revólver, pensando en un chico al que había rechazado varias veces. Mi cumple cayó en Semana Santa y él me envió rosas desde la playa donde pasaba sus vacaciones. Volvió moreno y guapo y le dije que sí paseando por el Retiro un lunes de pascua. Con ese chico, que fue mi novio durante tres años, pasaba la Semana Santa en una casa que tenía en Santa Pola. Él siempre volvía moreno y yo no.  

La Semana Santa de 1998 nevó en la Gran Vía y yo recuperé una amistad perdida que unos meses después se hizo amor. Con ese amor pasé una Semana Santa en Santiago de la Ribera. Recuerdo pasear a su perro bajo la luna, comer arroz en el club militar y ser absolutamente feliz. 

 Entre 2001 y 2003 pasaba la Semana Santa en Cuenca y Denia. En Cuenca hacía mucho frío, nunca dormía con mi novio y asistía a procesiones que no me interesaban. Pasé una noche de helada y lluvia por ver las famosas turbas o procesión de los borrachos y no me acuerdo de si mereció la pena. 

 En Denia recuerdo una Semana Santa con la casa sin muebles, esperando las camas y la nevera, comiendo jamón con queso y pan a la luz de una bombilla sentados en un zapatero de Ikea. Y una lluvia torrencial. 

 En 2006 cumpleaños feliz en Valencia. No paseé bajo la luna llena pero hubo una noche de risas compartidas en la cama, a las tantas, hablando sin querer dormir. No sabía, entonces, lo que vendría después. 

 En 2007 lloraba y estudiaba. El dolor tras la pasión duró meses. Ese abril yo estudiaba y echaba de menos, sin poder evitarlo, sin saber cómo. 

 En 2009 la generosidad de dos hombres que me dieron una lección de lealtad, confianza, libertad y amor me permitió pasar la Semana Santa en Cádiz. Disfruté mucho y me sentí muy afortunada. Conocí muchos lugares bellos, en la más grata de las compañías. Gané un amigo y un amor. Quiero creer que en ese momento lo era. Al menos yo lo sentía. El amor se fue, el amigo perdura.

 En 2010 alguien me dio plantón, imagino que yo daría plantón a alguien. Y seguía estudiando como si no hubiera un mañana porque esta vez no había plan B ni otra oportunidad. 

 Este año un amigo ha cocinado bacalao en Viernes Santo. 

Y yo cada vez disfruto más de quedarme en Madrid durante estos días. Es un alivio no tener que estar pendiente del tiempo, de los atascos, de las huelgas aéreas. Cada vez más amigos se quedan. Y yo no sé si es que me hago mayor o más sabia pero en Semana Santa no viajo, gracias.