La vida consiste en equivocarse, cada uno a su manera. -Manuel Vicent-

Es preciso tener un caos dentro de sí para dar a luz una estrella fugaz.-Nietzsche-

La vida es una mezcla de aquello que deseamos hacer con ella y aquello que somos capaces de hacer con lo que ella nos trae.-Sergi Bellver-

lunes, 31 de diciembre de 2012

Suerte y felicidad




La felicidad consiste, principalmente, en conformarse con la suerte;
es querer ser lo que uno es

- Erasmo de Rotterdam -





Y en 2012 llegó la calma. No ha sido un año de grandes emociones, pero sí de asentar los logros, los afectos, las metas. Tener más claro lo que quiero y lo que no quiero, necesitar lo justo, no tener miedo a las decisiones y a dejar lo que ya no me sirve.

No me acuerdo del mes de enero (qué tristes los meses de invierno), en febrero hubo una fiesta (y mucho cabreo por lo que está pasando en nuestro país, en nuestra ciudad), en marzo se presentó un libro (y hubo otra fiesta) , en abril no tuve necesidad de celebrar mi cumpleaños (se presentó otro libro y fui), en mayo me fui a la playa en una semana en la que debí haber estado en Madrid (se presentaban libros y no pude estar) y este blog cumplió cinco años (y ni siquiera lo mencioné). 

Junio fue raro y rápido, muchas cosas en poco tiempo. Un cambio de casa imprevisto pero decidido, ilusionante y complicado pero con final feliz. Un viaje a Londres donde hubo chispazos de suerte y casi de magia (y una falda muy muy corta). Maratón de feria del libro y fiestas editoriales. Julio fue una mudanza y un cambio de planes de vacaciones que no fueron malas pero que pudieron ser mejores (y un cumpleaños y una foto con un sombrero). Agosto empezó con un viaje sencillo y divertido, deseado desde hacía tiempo (la importancia de las amigas) y después fue tranquilo y plácido (hasta escribí un diario). 

Septiembre fue raro (hubo sorpresas, cumpleaños y ambas cosas en una). Y una velada en una azotea (que puede que fuera en agosto). Y una boda. Y una despedida. No hubo un viaje a Venecia ni una fiesta en mi terraza. Octubre fue primaveral y también hubo cumpleaños que coincidían (otra vez la imposibilidad de estar en dos sitios a la vez, la rabia de tener que elegir) y una obra de teatro. Hubo comidas en mi nueva casa y la compañía de los amigos (ese lujo). En noviembre también hubo comidas y amigos y el invierno se echó encima. Floreció el rosal y fotografié amaneceres. Después llegó diciembre con sus rituales (y una obra de microteatro a la que fui y un musical al que no) y buenos gintonics y planté adelfas. El año termina con una nochevieja celebrada por adelantado y de día, con sus uvas, su champán, sus brindis, sus risas y su buen rollo, como deberían ser las nocheviejas que casi nunca suelen ser.

En 2013 seguiré cuidando el jardín y a los amigos (y a mis padres), iré al teatro, organizaré comidas y fiestas, avanzaré en la escritura de la novela, iré a dos bodas, soñaré con Lisboa (y también me cabrearé y me entristeceré por lo que está pasando, por el derrumbe de los logros que creíamos tan seguros, por los cambios que a saber dónde nos llevan, me indignaré por las mentiras, las falsedades, los engaños y las tomaduras de pelo, por la vergüenza en las que se han convertido los medios de comunicación). Buscaré lecturas que me emocionen,  rastrearé series a las que engancharme y ojalá descubra alguna canción de la que no pueda deshacerme. Seguiré durmiendo mucho, perdiendo el tiempo, llegando tarde.

Y ojalá que siga queriendo ser lo que soy.



Felicidad, salud y paz para 2013. Y suerte, mucha suerte. 







miércoles, 26 de diciembre de 2012

Reseña de "La Cuarta Muerte" de Antonio Mercero Santos


Aquí está mi última reseña del año: 

La cuarta muerte o la historia de Leo Echávarri, un adolescente siempre metido en líos. Si eres fan de tipos como Holden Caulfield o Guillermo Brown, no te pierdas esta novela.


http://www.culturamas.es/blog/2012/12/23/la-cuarta-muerte/






sábado, 15 de diciembre de 2012

BALANCE


Diciembre no es tampoco el mes más cruel, ni siquiera el más frío, ni el más lluvioso. Puede que el más oscuro, pero siempre hay luces encendidas, fuera y dentro. Diciembre es el mes de la melancolía y la nostalgia, en caso de que sean distintas. Hay una nostalgia aún peor que la de lo no vivido: la nostalgia del futuro. La esperanza es el veneno más dulce. Pero hay que confiar, es lo único que nos queda. 

 Hacer balance y poder decir: al menos cuatro hombres me amaron. Yo amé a dos de ellos y a algunos más, que nunca me quisieron. Uno me dejó, a otro tuve que dejarlo, a los otros dos los abandoné cuando supe que nunca iba a ser suya porque no me conocían. Otro, que sólo fingió amarme y al que yo quise amar, huyó. Ahora puedo reconocer que a tiempo, aunque entonces no me lo pareciera. He conocido amores distintos, con distintos rostros y ropajes. No sé si he aprendido algo. Ya no sé si busco, pero espero. 

Hacer balance y poder decir: escribo. Sólo a veces, no todo lo que me gustaría, no siempre con éxito. Pero sigo en ello. La escritura sigue siendo un lugar feliz. 

Hacer balance y poder decir: viajé, conocí ciudades, hoteles, restaurantes, calles, monumentos, paisajes. Coleccioné impresiones que guardo en cajitas de memoria. 

Hacer balance y poder decir: sobreviví. Al desamor, a la enfermedad. Que me hicieron más fuerte pero no cambiaron mi esencia. 

Hacer balance y poder decir: aquí estoy. Y que alguien, en algún sitio, cerca o lejos, conocido, desconocido o por conocer, esté conmigo.








jueves, 6 de diciembre de 2012

Reseña de LA CIUDAD DE LOS OJOS GRISES, de Félix G. Modroño




Reseña publicada en la sección "Doble mirada" del blog de crítica literaria La tormenta en un vaso




La ciudad de los ojos grises  es una novela que nos hace viajar. Viajar en el tiempo, a finales del siglo XIX y principios del XX, un tiempo convulso —si es que hay alguno que no lo sea—, de cambios vertiginosos en las ciudades que se modernizan a una velocidad hasta entonces desconocida. Y viajar en el espacio, de una capital en apogeo como París, en plena Belle Epoque, a Bilbao, una ciudad industrial que acepta las transformaciones sin perder sus costumbres. Hay en esta novela viajes físicos, en trenes que no siempre son de ida y vuelta y, sobre todo, viajes emocionales, a un tiempo ya pasado que encierra secretos y enigmas nunca resueltos.

Alfredo Gastiasoro, profesor de arquitectura en París, regresa a su ciudad natal, Bilbao, tras enterarse por una noticia del periódico de la muerte de Izarbe Campbell, un amor de juventud truncado de manera incomprensible y esposa de su hermano Javier. Es diciembre de 1914, Europa está en guerra desde julio, y Alfredo vuelve a Bilbao para librar sus propias batallas.

El autor utiliza flashbacks hábilmente estructurados para narrar la evolución física, económica y social de ese Bilbao de finales del XIX. Los datos que aporta resultan interesantes, no restan ritmo a la novela y contribuyen a crear la atmósfera de la historia, mezclando personajes de ficción y personajes reales de manera natural, nada forzada. Desfilan por sus páginas don Miguel de Unamuno, Marie Curie, Indalecio Prieto, María de Maeztu. Esas idas y venidas del presente al pasado sirven para dar pistas, decisivas en el desenlace, que no pasarán inadvertidas al lector atento, manteniendo un suspense que incita a no parar de leer.

Alfredo ayudará en su investigación al comisario Fernando Zumalde, compañero de infancia y adolescencia y amigo leal desde entonces, y en sus pesquisas recorrerá las calles de Bilbao, sus barrios, sus cafés, sus bajos fondos, sus clubes privados donde se hacen y deshacen negocios de todo tipo, siguiendo pistas que le lleven a descubrir cómo murió Izarbe.

«Nadar en aguas tibias no es lo mismo que alternar aguas frías con aguas calientes. Y a estas alturas de su vida, Alfredo no sabía muy bien en qué aguas nadaba», dice el narrador. Desde luego, no es el caso de Félix G. Modroño. La novela alterna pasado y presente, historia y ficción de manera hábil y amena, generando una intriga que nos mantiene atentos durante casi cuatrocientas páginas. Los personajes son creíbles y cercanos, los diálogos ágiles y la prosa precisa y eficaz. Destacan los personajes femeninos, en mi opinión más ricos y con más matices que los masculinos; resultan también deliciosos, en todos los sentidos, algunos pasajes gastronómicos: a los protagonistas les gusta comer bien, y hay referencias a lo que degustan y dónde. También ciertas descripciones y reflexiones del narrador —sobre el arte, la política, el amor, las mujeres, los recuerdos, la memoria— aportan a la novela interés y un toque que va más allá del mero entretenimiento.

LA CIUDAD DE LOS OJOS GRISES

 (http://laciudaddelosojosgrises.blogspot.com.es)
FÉLIX G. MODROÑO (http://elcazadordemomentos.blogspot.com.es)
ALGAIDA, 2012 (2ª Edición)
400 páginas





lunes, 19 de noviembre de 2012

TRECE




Y van trece años sin Enrique y tan con él siempre, a pesar de las veces que le traicionamos con otros, más nuevos, más modernos, menos escuchados. Pero hay algo que nos hace volver, como se vuelve al hogar, a los sonidos de la infancia, a las emociones adolescentes. Y esas canciones que son la banda sonora de nuestra vida, que guardan nuestros secretos de tantas veces escuchadas a escondidas, en un viejo cassette, ahogando las lágrimas en la almohada, o canturreadas en el coche, o gritadas en algún garito donde aún cabían las buenas canciones. 

Y llego tarde a este homenaje, porque hoy ya es 19. Porque el tiempo es tramposo y el calendario traicionero, y son ellos los que disponen de ti y no al revés. Porque cuántas veces se desea volver a ser un niño y no crecer. Quedarse en el camino es una buena forma de no hacerse viejo nunca. Vivir deprisa, morir joven y dejar un bonito cadáver es el destino de los llamados a perdurar sin envejecer. El as en la manga para ganarle la partida al tiempo. 

 Y llego tarde a más cosas de las que me gustaría. Y sigo sin comprender muchas otras. Y a veces torturan los quépasó y esos cuántosrecuerdosguardastúdemíparatratarmeahoraasí y esos recordarloquefueyloquepudohabersido. 

 Y por encima de todo los aunquetúnolosepas, porque hay gente que no desaparece nunca, aunque ya no estén. He escrito cientos de cartas imaginarias a A., cartas sin sobre y sin remite, sin huella. Cartas sin existencia física pero con el mismo mensaje de incomprensión. Porque aunque ella no lo sepa y seguramente tampoco imagine la sigo recordando y sigo imaginando reencuentros. Y aunque él no lo sepa, el chico del área de descanso sigue en todas las canciones, en todos los poemas. 

 Pero afortunadamente no todo es pasado ni nostalgia. Y siempre hay un futuro. Y a veces una se siente orgullosa de sentir un yameolvidédetiyanotequierohoysequesintuamoryanomemuero y un adióstristezadióssoledad. 

 No se olvida a quien nos hizo sentir. 

 Gracias, Enrique Urquijo, por poner banda sonora a tantas cosas.


Montaje by ETDN 

viernes, 2 de noviembre de 2012

COLABORACIÓN EN EL LIBRO "EL HUMOR EN QUEVEDO"

Texto que escribí para el volumen colectivo "El humor en Quevedo", publicado por el Ayuntamiento de Torre de Juan Abad (Ciudad Real), que combina ilustraciones, humor gráfico y textos sobre Quevedo.




















Participan , entre otros escritores: Juan Goytisolo, Andrés Neuman, Fernando Savater, Antonio Gómez Rufo, Luis Alberto de Cuenca, Luis Landero, Javier Lorenzo, Jorge Díaz, María Zaragoza, Pedro de Paz, Raúl Guerra Garrido, Ramón Arangüena, José María Merino, Susana Fortes, Ignacio del Valle, Luisgé Martín, Rosa Regás, Lola Beccaria.


Y, entre los ilustradores figuran Forges, Gallego y Rey, Idígoras y Pachi, Paco Roca, José Antonio Loriga, Fer, Sir Cámara, José Luis Cabañas, Ulises Culebro.



Este es el dibujo de Goñi al que me  refiero en el texto
(cortesía de José Bielsa)


domingo, 7 de octubre de 2012

DIARIO DE VERANO (X)

Denia, 17 de agosto de 2012

Hoy se ha ahogado un chico en la playa. Muy joven, veintipocos años. Salía del agua y se ha desplomado. Eso nos han contado. Como todos los días, hemos ido a pasear por la playa. Es una playa larga, unos tres kilómetros de ida y la correspondiente vuelta. Una hora de camino, más o menos, con alguna parada para un chapuzón rápido, unas brazadas. Hemos dejado las sillas donde siempre y al volver hemos encontrado el revuelo: corrillos de gente y una ambulancia del SAMUR que se lo llevaba. Nuestros vecinos han sido testigos de todo, han ayudado a sacarlo del agua y han llamado al 112. Nadie hablaba de otra cosa. 

 La paz de una mañana de playa en agosto súbitamente alterada.

 Dicen que lo han estado reanimando más de media hora y nada. Que estaba muy pálido. Que si un corte de digestión. Que si un infarto. Que se ha mareado y se ha quedado quieto en el agua. Los niños lo contaban a gritos, excitados e impresionados, un poco asustados, quitándose las palabras los unos a los otros. 

Un chico ha muerto a pocos metros de nuestro lugar habitual del baño y nosotras ni nos hemos enterado. Por la tarde la playa había vuelto a la normalidad, como todos los días, como otra tarde cualquiera. La gente bañándose como si nada. La vida, al final, se impone a la muerte, por más que ésta sea implacable. Pero la obligación de los vivos es ignorarla y seguir viviendo.

 Este episodio me ha recordado esa famosa anotación en el diario de Kafka, el 2 de agosto de 1914: "Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar"

 Yo también he ido a nadar hoy. He nadado por la tarde y posiblemente estaba nadando cuando ese chico ha muerto. En el lugar acertado, imagino.



jueves, 27 de septiembre de 2012

DIARIO DE VERANO (IX)



Denia, 15 de agosto de 2012


Esta terraza por las noches y los libros pendientes que me he traído. Libros de amigos, de personas que conozco. "Nadar en agua helada", de Recaredo Veredas; "Huésped", de Roberto Terán; "Siberia", de Juan Soto Ivars. Poesía en vena, aunque "Siberia" sea una novela. Libros tristes, amargos, bellos y desesperanzados; gritos en el papel, al lector, al vacío.

Sus letras me abren otra dimensión de ellos. Detrás de esos rostros, de esas voces conocidas hay vidas donde late el pasado, el dolor, los errores, las cuentas pendientes y las futuras. He compartido conversaciones, risas, fiestas con ellos, ignorándolo todo de sus vidas. Y de pronto tanta intimidad expuesta, tanta intemperie. Es literatura, claro. Pero el tamiz de la poesía no enmascara la profundidad del sentimiento. Quién lo diría.

Cuánto ignoramos, siempre, de los demás. Y de nosotros mismos. 









lunes, 24 de septiembre de 2012

DIARIO DE VERANO (VIII)

Denia, 12 de agosto de 2012




Los gatos ya no están. La madre debe de habérselos llevado a otro sitio. La naturaleza y sus misterios. Los animales y los suyos. Los humanos tratando de buscar explicación u origen a todo.

No son lo mismo los domingos de verano sin el artículo de Ray Loriga en El País Semanal. 

El desayuno alargado, la emoción y la impaciencia ante el nuevo descubrimiento, el posible hallazgo entre las letras del escritor admirado, la lectura entre líneas. 

Le echo de menos como a los amigos que desaparecieron en algún lugar del tiempo cuando nos hicimos mayores, como a los antiguos amores de los que ya no tenemos noticias. 

Tengo esa triste sensación de lejanía, de pérdida. Ray aparece en mis sueños de vez en cuando y le echo de menos en mi vida con la melancolía del que añora cosas que nunca ha tenido. 



viernes, 21 de septiembre de 2012

DIARIO DE VERANO (VII)


Denia, 11 de agosto de 2012


Hoy hemos descubierto tres mininos en el jardín, recién nacidos, acurrucados entre la pared y el aparato de aire acondicionado, un lugar casi inaccesible. Están dormidos, apenas pueden o saben abrir los ojos.

Están justo debajo de mi ventana. Anoche los oí llorar. Maúllan de hambre o quizá ensayan su voz recién descubierta.

Dan ganas de alimentarlos, de darles agua o leche. Mi madre no los quiere aquí, pero echarlos sería cruel. Son muy pequeños. Dice que va a llamar al jardinero para que se los lleve.

Al atardecer una lengua de fuego barrió el aire. Un calor seco y asfixiante, de golpe, como de desierto o de infierno.

La esperada lluvia de estrellas de hoy ha sido inexistente. Hemos ido hasta el final de la playa, donde ya no hay luces, para verlas mejor. Las nubes en el cielo lo han borrado todo.

 Ni una estrella fugaz.

 No pronuncio ningún deseo.


viernes, 14 de septiembre de 2012

DIARIO DE VERANO (VI)


Denia, 10 de agosto de 2012

La brisa en la terraza. Las lecturas atrasadas. La paz alterada por los niños que gritan, que corren; por los adolescentes que ríen a gritos; por los gemidos de una muchacha (¿o es una mujer?) que no se sabe si son de angustia o de placer. Es ambigua la melodía del orgasmo.

Un gato (¿o es una gata?) se pasea ufano por el jardín y mi madre lo espanta a manguerazos.

Una cría de salamandra (¿o es una lagartija?) se ha instalado entre la pared y el techo de la terraza. Ha elegido esa sombra, aunque ya es medianoche. Es tan chiquitita, tan mona. Le hago una foto con flash y ni se inmuta, como si estuviera acostumbrada a que la fotografíen, como si no le sorprendieran en absoluto las extrañas conductas de los humanos ni le molestaran las luces intempestivas. Pensaba que saldría corriendo, pero no. Se queda ahí, muy quieta, un buen rato.

He seguido leyendo y cuando he vuelto a mirar ya no estaba.

Humanos y animales. ¿Quién debe temer a quién?


lunes, 10 de septiembre de 2012

DIARIO DE VERANO (V)


Denia, 8 de agosto de 2012


Tal vez haya acabado el tiempo de los veranos en los que se esperaba algo, o todo. Emociones, viajes, amores, ilusiones que echarse a la piel bronceada, al pelo más rubio, al brillo en los ojos y la miel en los labios.

Dejar de esperar significa no ser nunca más joven. Quizá la madurez consista en esperar cada vez menos de todo, incluso de los veranos, hasta no esperar ya nada excepto la muerte. Recrearse en la nostalgia más que en el anhelo.

Con la edad se gana sabiduría: aprendes a negociar con el tiempo, con las expectativas, con la realidad, hasta alcanzar un equilibrio razonable. La felicidad se va acercando a una sensación de plenitud, de haber aprendido a no necesitar nada más, a no esperarlo y que sea suficiente. La calma. La paz. La placidez de la no espera. La tranquilidad de vivir sin ansiar nada en concreto, pero no sin la esperanza de que algo puede surgir  en cualquier momento.

La renuncia a la diversión impuesta, a la exigencia de aprovechar el tiempo de vacaciones, a la proyección de expectativas cegadas por el sol, la temperatura, las noches, empapadas del ideal/irreal de las revistas de moda, los anuncios de la tele, las series de televisión. La obligación de felicidad como el lastre que nos impide disfrutar de lo que podemos tener.

Los veranos de la edad adulta son menos tiempo de espera y más un paréntesis en el tiempo. Unas semanas suspendidas en el calendario, un tiempo de irrealidad, de irresponsabilidad también. El trueque del frenesí por la lentitud. Suspender la vida social, no preocuparse por nada, por nadie. Desconectar del mundo. Vivir al ralentí, sin reloj ni obligaciones. Que hasta las emociones den pereza. Preferir la tranquilidad a la aventura.

En Madrid todo es distinto. El ritmo se acelera, las expectativas se multiplican. Te adaptas a las rutinas y no al revés.

Qué estupor ante los sentimientos que uno no elige.



jueves, 6 de septiembre de 2012

DIARIO DE VERANO (IV)


Madrid, 2 de agosto de 2012



Luna llena, velas.

Escribo en la terraza.

Es como estar de vacaciones. Estoy de vacaciones en mi propia casa. Sentimiento extraño y feliz. ¿Cuánto durará esto? ¿De verdad puede durar? Perplejidad. Pedid y se os dará. Tan sencillo y tan complejo. El miedo y las dudas se disipan con los días. Pero nunca se sabe. Vivimos tiempos inciertos. Como la maldición china: Ojalá vivas tiempos interesantes.

Un llanto de mujer rompe esta paz. No existe el silencio en las noches de verano. No sé de dónde vienen los sollozos. Todas las persianas están bajadas, todas las luces apagadas. Las ventanas abiertas dejan escapar los secretos que todo hogar esconde. La mujer llora sin parar. Murmura algo, entre hipidos. Me parece oír una voz de hombre, muy queda, pero no estoy segura. Imposible imaginar qué causa tanto desconsuelo. Prefiero no hacerlo, todas las opciones son igual de tremendas.

Todo parece volver a la calma. Al rato, otra vez el llanto.

Pienso en la rareza de la vida. En que mientras yo escribo acerca de lo fácil que es a veces la felicidad a unos metros le es negada a una mujer que no para de llorar.

Me asomo al cielo de la noche y siento inquietud y extrañeza. Esta luna redonda y fluorescente, ese llanto. Incapaz de irme a dormir sigo aquí, atenta a los ruidos de la madrugada. El clic clic del teclado alivia y acompaña. Una de las velas se apaga, dejando un rastro de cera derramada y un olor tostado. Ignoro la oscuridad y sigo escribiendo, navegando. Internet no se apaga, ni descansa nunca. Como una luz siempre encendida que ofrece seguridad, aunque no siempre haya alguien al otro lado.



jueves, 30 de agosto de 2012

DIARIO DE VERANO (III)


Madrid, 1 de agosto de 2012

Cuando hace viento la terraza queda expuesta. Hay una especie de cortinas de tela de toldo, correderas. Pero con el aire se mueven mucho, hacen ruido, parece que vayan a salir volando; no merece la pena echarlas. Así que el edificio de enfrente queda a la vista. No es un edificio bonito. No es una casa nueva, pero tampoco demasiado antigua. Con los edificios me pasa como con las edades de la gente, no sé calcular. Años setenta, quizá. La mayoría de las terrazas están cubiertas.

Justo enfrente de mí vive un grupo de chicos. Tres o cuatro. Parecen estudiantes. Son extranjeros, no sé si todos, creo que hay algún español. No tienen ni cortinas ni nada. (Yo ahora tampoco, temporalmente, hasta que compre unas cortinas para el salón. Vestir una casa requiere tiempo, no conviene precipitarse). Veo su salón. Sé cuándo meriendan, cuándo cenan, cuándo hacen limpieza, cuándo no están en casa. Desde mi terraza veo su televisión. Suelen tener concursos o deportes. Ahora están viendo un partido de fútbol. Tienen un perro o un gato, he visto algo que se movía por el suelo, aunque desde aquí no lo distingo bien. Es verano, van sin camiseta. Me dan ganas de saludar, cuando yo estoy regando las plantas y ellos salen al balcón. Todavía no me he atrevido.

¿Me verán ellos? Creo que mi terraza está un poco más alta. Pero no lo sé. Quizá ellos también sepan cuándo como, cuántas cajas he deshecho ya, cómo voy cambiando los muebles, probando su ubicación más adecuada, cuándo tiendo la toalla de la piscina y el bañador. O quizá no. Quizá no me vean o simplemente no se fijen. Los demás, ese misterio.

En el piso de abajo de los estudiantes vive un anciano. Digo "vive" a la ligera. A veces dudo de si está vivo o se ha muerto sentado en su sillón, o silla, no lo distingo bien. No hace nada. No se mueve. Ve la tele, imagino. A veces una mujer se mueve por la habitación. Quizá una hija, o una cuidadora. No he llegado a verla del todo, hay una cortina echada. Sólo veo al anciano, pálido, en una camiseta de tirantes blanca de esas que llevan los viejos en verano. No es una visión agradable. Pero si miro enfrente, le veo. Siempre está ahí. Siempre que miro.



lunes, 27 de agosto de 2012

DIARIO DE VERANO (II)


Madrid, 31 de julio de 2012

Todos los días, sobre las diez, salgo a regar las plantas. Compré una regadera de plástico color pistacho, como aquella muchacha del cuento de Ray Loriga. No sé si es del tamaño adecuado, es la primera vez que compro una regadera. Nunca he tenido plantas. Estas plantas ni siquiera son mías. Ya estaban aquí cuando llegué. Tampoco sé si son plantas o flores o verduras o qué. No tengo ni idea de plantas. Estaban muy secas, llevaban semanas, quizá meses, sin que nadie las cuidara. Me he hecho cargo de ellas. Un rosal con tres tallos finitos y sin flores. Una maceta con bulbos que parecen cebollas. No sé si debo arrancarlas o qué. De momento las riego, a ver qué pasa. Otra maceta con una planta que desconozco. Se parece al tipo de vegetación que crece en el monte. Espliego, romero, algo así. En un tiesto otra planta indescriptible. Parecen coles de Bruselas, pero son flores.

Todos los días, sobre las diez, las riego. Cuando ya se ha puesto el sol y empieza a anochecer, como me dijo J. Le hago caso. Obedezco dócil y cumplo mi misión.

No tengo ni idea de plantas.

Pero todos los días, sobre las diez, salgo a regarlas. A veces echo en la tierra los posos del café.

Lo que pase es un misterio. No sé si revivirán o no. Tal vez estén muertas. Pero eso es lo de menos.

Lo importante es salir a regarlas todos los días, sobre las diez. 

viernes, 3 de agosto de 2012

DIARIO DE VERANO (I)



Madrid, 25 de julio de 2012

Voluntad de azul, de orden.

Desempaqueto cajas de libros en esta casa que se me antoja azul aunque tampoco lo sea tanto.

La luz, tan limpia, de la mañana. La quietud de las horas tempranas del verano. El cielo abierto, tan azul. El desayuno al aire fresco de la terraza.

La nueva vida. El escenario por descubrir.

Un libro de portada azul en esta habitación azul. "Todo", dice.

Leer con luz natural. La ventana abierta. La facilidad para respirar.

La felicidad es esto, a ratos.

La sostengo entre mis manos. Y es azul.


domingo, 1 de julio de 2012

TIEMPO DE MUDANZA

A veces la existencia 
no es más
 que la acumulación 
 de hogares por habitar.


  Del poemario inédito Piel de Mudanza













Cada siete años nuestras células se regeneran por completo. Nuestro cuerpo ya no es el mismo, aunque lo parezca. Somos otros. El cambio es imperceptible, pero cierto. Inexorable e inevitable. Implacable.

Siete años y un mes. Suena a condena, aunque nada más lejos de eso. Una casa puede ser una cárcel, un infierno, pero también un refugio, un paraíso. Un sitio al que huir y del que huir. Un sitio del que salir y al que regresar. Todo eso, a ratos.

Siete años dan para mucho. Puedo decir: he vivido. He reído, he llorado, he amado, he sufrido, he reído, me he aburrido, desesperado, enfadado, dormido, despertado, soñado. Como todos. He sido feliz e infeliz. Balance perfecto y necesario.

"Los lugares son sólo lo que ponemos en ellos", escribí una vez. Es cierto, pero algo de nosotros queda en los lugares que habitamos.

Tengo recuerdos pegados a estas paredes para siempre. Aunque esta casa desaparezca, aunque esas personas ya no estén en mi vida, ellos habitaron esos momentos, en este lugar que dentro de unas horas ya no volverá a ser mío salvo en el territorio mentiroso de la memoria.

Aquí se gestaron "Los patos de Central Park", "Piel de Mudanza", este blog, los relatos del Bremen. Aquí hice y perdí amigos, amantes, parejas.

No hay lugar para el dolor ni la nostalgia. Yo he decidido abandonar este espacio. No sé si he pensado bien los motivos, si la decisión ha sido precipitada. Cada impulso obedece a una razón, aunque no siempre se nos desvele. Y quizá esta atmósfera empezaba a hacerse tóxica. Quizá mis células necesitaban un aire nuevo, más oxígeno, otro lugar en el que crecer, en el que seguir cambiando.

Echaré de menos los atardeceres, los desayunos viendo amanecer, el árbol transformándose con las estaciones. A cambio de las vistas tendré una terraza, menos armarios, diez minutos más hasta el metro o el autobús. Menos calor en verano, una piscina. Más amigos en casa. Un sofá cómodo. Una cama que no hará ruido.








Me apetece e ilusiona el traslado. A pesar del cansancio, de las dudas, de la incertidumbre. Cambiar los muebles y la mente. Desplazarme para volver a ubicarme en un sitio nuevo, como si empezara desde cero. El camino recorrido es ventaja, siempre. Sigo en el mismo barrio, cerca de los míos y de ese Retiro que tanto amo. Viviré en la misma calle de mi primer colegio. Volver a la raíz, para echar a volar desde un ático.

Un nuevo escenario para escribir, para amar, para reír, para llorar, para ser feliz e infeliz. El vértigo de las pequeñas ilusiones. No estancarse, ni tener miedo a los cambios. Vivir, aprender.

Qué lejos queda 2005. Qué extraño está resultando 2012.

Qué distinto va a ser este verano de planes cambiantes, de amigos y playas del sur, de lujurias y azoteas.

Estoy de mudanza y después de vacaciones.

En Septiembre, ya veremos.




Los amaneceres














 Los atardeceres












El cielo y la luna 







Las nubes



 




La nieve





El arco iris 






El árbol












miércoles, 20 de junio de 2012

LA JUSTICIA DE LOS ERRANTES, de Jorge Díaz

"Ni cuando se está convencido de que es de justicia, resulta fácil matar a un hombre". Así empieza La justicia de los Errantes, segunda novela de Jorge Díaz  que narra el periplo por América de los anarquistas Francisco Ascaso y Buenaventura Durruti, perseguidos por el implacable inspector de policía Ernesto Valenzuela.

Mi reseña en Literaturas.com, pinchando en el enlace:


http://literaturas.info/revista_int.php?IdElement=51&IdSubElement=3&IdSubSubElement=656



La justicia de los errantes.
Jorge Díaz.
Plaza&Janés.

lunes, 28 de mayo de 2012

Tiempo de feria





Voy a la Feria del Libro desde que tengo memoria. Festín de mayo y junio, de brazos al aire y verde en los ojos. La algarabía alegre al salir del colegio, merienda de jamón de york dulce y termo para rellenar en la fuente de la Rosaleda. El Retiro, mi paraíso de la infancia aunque entonces no lo supiera como ahora. El pulmón por el que respiro y paseo, pienso, hablo, comparto, atravieso, sueño, creo, invento la felicidad al ritmo de pasos sin rumbo y sin prisa. Entonces era el premio de las tardes de primavera, el calor ya acechando y la luz de las seis, las siete, de pronto tan limpia. Marionetas en el Palacio de Cristal, primera consciencia de la dicha de recibir historias, casi antes de conocer el cine. Y siempre los libros, cuando la Feria no estaba instalada en el paseo de coches sino en el lateral, al lado de los jardines de Cecilio Rodríguez. Barco de Vapor, Alfaguara juvenil, Bruguera, Molino. La compra adelantada de los libros de vacaciones, a las puertas del curso casi cerrado. El ansia de ir pidiendo pegatinas y marcapáginas en cada caseta, con ese tesón incansable de los niños a los que aún no les cuesta pedir las cosas. Y, por lo general, rostros amables, sonrisas incluso en las negativas. El olfato de intuir en qué casetas preguntar y en cuáles no, pequeños aprendices de detective, con afán de aventura. Conseguir una chapa equivalía a encontrar un tesoro. Un año, o dos, no lo recuerdo bien, pusieron un circuito de mini karts en el paseo de coches y yo no me cansaba de montar, una y otra vez. Los sábados por la tarde de feria del libro tenían ese aire especial de fecha señalada, me gustaba estrenar algo, unos zapatos o unos calcetines o un polo nuevo, como cuando se celebra una fiesta. Gloria Fuertes siempre firmaba, mientras bebía incansable un whisky tras otro y decía que era té. De otros autores no me acuerdo, sólo de los amigos de mi padre, que solían dedicarme libros: Chiqui de la Fuente, Joaquín Aguirre Bellver, Carlos Jiménez. Después la cena fuera, el trinaranjus sin hielo, las croquetas y la tortilla en algún bar. 

 Creo que ningún año he dejado de ir. Ni siquiera en la adolescencia, edad de desencuentros con tantas cosas. Hacía mi lista de libros de la feria con antelación y seguía esperando la cita como si fuera la primera de mi vida. Llegó el tiempo de recolectar las primeras firmas, en mis propios libros. Y cada año la feria más masificada, más agobiante, más feria que nunca, más fiera, más firmas. Autores famosos y famosos-autores. Pero siempre un rato para escaparme a la feria, incluso en plenos exámenes, un pequeño respiro para empaparme de otros libros, los no obligatorios, los que buscaba por placer, los que no requerían memoria para un examen, sino la lectura sin más. 

 Desde hace unos años la feria es sinónimo de amigos. Amigos escritores que firman, amigos editores a pie de feria llueva o haga sol, amigos libreros. Una forma nueva de vivirla, desde el otro lado, desde dentro hacia afuera, con acceso a casetas, a fiestas editoriales. Una cita anual que produce la excitación del encuentro con un amante, algo intenso y esporádico, tres semanas que durarán meses, alargándose en el recuerdo de lo vivido o en la imaginación de lo proyectado hasta el año siguiente. Algo, en fin, irrenunciable.





miércoles, 16 de mayo de 2012

"Los alemanes se vuelan la cabeza por amor", de María Zaragoza



Así comienza Los alemanes se vuelan la cabeza por amor, la última novela de María Zaragoza: 


  “Nos reuníamos en la Plaza para comentar las últimas novedades de política y masturbación desde que teníamos memoria, y con el paso de los años el dominio de la segunda había ido dejando paso a la primera como por arte de magia. Al principio éramos muchos, aunque las bodas, novias y demás catástrofes naturales habían ido dejando hueco irresolubles. Los más se fueron perdiendo por el camino de los niños y las hipotecas y no fueron capaces de volver a encontrar la Plaza”.


 Mi reseña en Culturamas:



Y mis frases destacadas de la novela:


"Siempre parecemos huir cuando en realidad nos acercamos irremediablemente a lo que nos asusta".


"La amistad es una de esas cosas que no pueden supeditarse al posible será, sino que están construidas de presentes discontinuos en los que todo lo que sucede cuenta, aunque se intuya el desastre".


"La vergüenza y la autoflagelación son egoístas, se alimentan de sí mismas y ciegan a sus víctimas sin dejarles ver que, aunque lo más difícil de cometer un error es saber perdonarse a uno mismo, quizá sería de gran ayuda apoyarse en el perdón de los demás".


"El silencio que se hace tras sus palabras es consolador y cálido, como si existiese perdón en las frases cuando hablar jamás perdona en realidad".


"No se escatima el esfuerzo empleado para desaprovechar oportunidades. El ser humano es así, un eterno caer en el vacío póstumo que deja la opción echada a perder".

  
"La gente a la que se lo quitas todo,  a la que tan solo le dejas arrastrar su vida, pierde el alma con facilidad. La fiebre de la carestía absoluta vuelve a la gente peligrosa".

"Bienaventurados los que viven en una montaña rusa porque son los únicos capaces de disfrutar del vértigo de la caída".



La presentación de la novela será mañana jueves 17 de mayo a las 20 horas en Tipos Infames (C/San Joaquín 3). 


miércoles, 9 de mayo de 2012

EL HOMBRE DEL PIANO (Relato)



Rescato un viejo relato del taller. El tema era escribir un relato basándose en una canción. Lo rescato con cierto oportunismo porque acabo de enterarme que hoy ha sido el cumpleaños de Billy Joel.

***

Los hombros del joven pianista languidecen bajo el peso de una chaqueta que le viene grande y la pajarita ahoga su nuez prominente. Esboza una sonrisa un poco bobalicona sin venir a cuento y ejercita los dedos de las manos, moviéndolos arriba y abajo, como tentáculos que no acabara de controlar. William apura el vaso de un trago y antes de que levante la vista el camarero ya le ha preparado el siguiente whisky.

-John, ponle una copa al muchacho.
-Gracias, señor, pero no bebo estando de servicio.

William ríe ante la gravedad del chico, que parece tomarse su trabajo muy en serio.

-¿Es que eres policía? Tus dedos responderán mejor con un poco de líquido, chico. Y tu mente también.
-No, señor. No bebo, ya se lo he dicho.

William bebe desde que tiene memoria. Lo anterior fue la infancia, de la que ni se acuerda. Después, la música y el vaso indefectiblemente unidos a la diversión, a las chicas y al dinero. El éxito vino más tarde y duró demasiado poco, como la juventud y las amistades que volaron cuando la fama se esfumó y no hubo billetes con que esquivar el fracaso.

-¿Y cómo aguantas?
-¿Aguantar el qué, señor?
-Todo. La juventud, el piano, la vida.
-A mí me gusta tocar el piano. Y creo que a la gente le gusta lo que toco. Además me pagan por ello.

Hay arrogancia en el muchacho. Y puede que no le falte ambición. Es tan joven que puede permitírselo todo y creérselo todo también.

-¿Cómo te llamas, chaval?
-Michael, señor. Michael Corniff.
-¿Desde cuándo tocas?
-Desde que era pequeño.
-¿Y qué tocas?
-De todo, señor. Lo que me piden.

Los aplausos embriagan más que el whisky. William lo sabe bien. El alcohol disipa y divierte, invita a enloquecer y a olvidar, pero su efecto es efímero; pasa y como mucho deja dolor de cabeza, de estómago y de huesos. La borrachera que proporciona el aplauso del público es una sensación única, intensa y diferente cada vez, permanece y engancha como la peor de las drogas; se busca, se desea, se necesita con desesperación una vez se ha probado. Y cuando desaparece se añora como un amor perdido.

-¿Cuántos años tienes, Mike?
-Es Michael, señor. Mi nombre es Michael. Michael Corniff. Diecisiete.
-Toca algo, muchacho.
-No puedo. Aún no son las nueve. Empiezo a tocar a las nueve.

William pide otro whisky. El joven burócrata que se dice pianista le desconcierta. Él se recuerda apasionado, un poco atolondrado, nervioso e impaciente en sus primeras actuaciones, en tugurios no muy distintos a este. Cómo olvidar las ganas y el ímpetu de entonces, cuando todo era novedad y descubrimiento. Cómo olvidar la inseguridad que cosquilleaba los dedos y martilleaba la cabeza después, al repasar los fallos, las imprecisiones. El afán de perfección que de manera implacable siempre acababa mostrando su reverso de culpa esculpida en alguna de las caras de las monedas, pocas, que los parroquianos echaban al bote. El deseo de impresionar mezclado con el impulso de ser original y la obligación de demostrar talento, aportando algo suyo, por mínimo que fuese, a los temas de siempre. Y, por encima de todo, la ilusión. La ilusión de sentarse al piano cada noche y sentirse vivo.

El local empieza a llenarse de parejas de mediana edad, algunas más jóvenes, y grupos de veinteañeros atraídos por la novedad de asistir a un espectáculo pasado de moda. Gente muy correcta, de clase media, de costumbres programadas.

El repertorio incluye temas modernos y clásicos de los últimos treinta años, junto a alguna melodía de siempre, todo instrumental. El chico solo toca, no canta. A mitad del espectáculo sale una chica que pone voz a las canciones.

William, que hace mucho tiempo fue simplemente Bill, se siente extraño y fuera de lugar. Hace una seña y el camarero le sirve la siguiente copa.

-¿Qué ha sido de nosotros, John? ¿Qué fue de tu sueño de ser actor? Nunca te vi en ninguna película. Paul escribió una novela que nunca publicó y se suicidó a los cuarenta. Dave se volvió loco en la guerra. ¿Y aquella camarera rubia? Nunca debí dejarla escapar. Creo que estaba enamorada de mí.

El camarero corre a atender a otro cliente, en el extremo opuesto de la barra.
La gente aplaude correctamente, sin entusiasmo, la actuación.
William levanta la voz de viejo borracho.

-Eh, muchacho. ¿Conoces Piano man? Tócala para mí.